miércoles, 2 de abril de 2008

AUXILIO, EXILIO

—Mami, ¡qué bueno que me llamaste!

Mami, me siento tan sola, tan fuera de sitio. Aquí la gente es tan rara. No se colean. Hablan bajito. Te saludan y se despiden todo el tiempo y en todas partes. No se comen las flechas y se detienen en cada esquina, mirando atentamente a derecha e izquierda, antes de reanudar su marcha. Respetan la luz roja del semáforo. Cruzan por el paso peatonal. Ceden el paso. Te desean que tengas un día agradable y te preguntan, en los cafés y restaurantes, si todo está a tu gusto, si quieres otro vaso de agua con hielo, si deseas azúcar o sacarina.


Mami, es increíble, cuando te citan a una hora, llegan con una puntualidad que me marea. Aquí todo es en punto, nada de más o menos. Los asuntos son exactos. Si te prometen entregarte algo, no sé, un día específico y en un lugar determinado, puedes cortarte una que así será, con precisión milimétrica. Cuando cometen algún error, por estúpido que sea, se deshacen en excusas que te producen pena ajena y una diciéndoles que no se preocupen, que no importa, que no pasa nada y ellos, que no pueden creerse lo que están oyendo, te observan asombrados. Ahora, si tú incumples algo, se acaba el mundo. No te gritan ni gesticulan, pero sus miradas gélidas y pequeños rictus de desaprobación son suficientes, créeme, mami. No tienes idea de lo mal que me hicieron sentir aquella vez que se me olvidó entregar un trabajo en la universidad. Te juro que no lo repito. Imagínate, mami, que ahora anoto todito para que no se me pase nada. Ah, y me compré un segundo reloj despertador, más grande y con una alarma que suena durísimo, para no quedarme dormida ni siquiera unos cuantos minutos de más. Hasta tengo una pizarra enorme en mi habitación donde escribo en letras rojas mis asuntos pendientes. Oye, mami, y aquí las fiestas son de un soso. La música la ponen bajitica y, justo a la medianoche, todos se van al mismo tiempo como si hubiese sonado un timbre de advertencia dentro de sus cabezas. Yo fui la última en irme, sorprendida, sintiéndome la propia cenicienta. Y los trámites, mami, el papeleo que tú tanto detestas y por eso vives pagando un realero a los gestores, pues aquí no cuestan casi nada y son sencillísimos, rápidos. Sigues las instrucciones claritas que los funcionarios te repiten cada vez que les preguntas, sin llamarte mi amolcito ni mamacita rica, y listo, mami. Los hombres sí te miran, con disimulo, pero te miran. Principalmente el culo, herencia tuya, mami. No me piropean, pero me tocan con la vista cuando camino porque tú sabes que las caraqueñas nos contoneamos sabroso y bueno, ¡qué le vamos a hacer! Pero a ti te consta que yo no soy coqueta, mami, me cuido mucho el cabello y la piel y las uñas, pero yo no ando alebrestando gringos por ahí. Oye, porque yo te hago caso a lo que tú y papi me dijeron de no empatarme con otros latinos, ya que para eso me quedo en Venezuela. Hay que mejorar la raza, me acuerdo que decía mi abuela. Y en eso ando, pues, mami. Buscando a mi príncipe de ojos azules o verdes y catirito o pelirrojo, pero sin pecas. Cuando lo conozca le voy a enseñar a bailar salsa, mami, aunque todos son tan faltos de ritmo y patulecos. ¿Serán también así en la cama? ¡Ay, perdón, mamita, por un momento me olvidé que estoy hablando contigo! No, mami, que no, yo sé, sí, mami, nada de eso, nada de sexo. Bueno, o con preservativo, dos preservativos, tres preservativos, toda envuelta en celofán. Mami, no tranques, que estoy bromenando. Mira, te juro por la virgencita de betania que hasta después de casarme, nada de sexo. Mami, ¿y una sobadita para el muchacho? Tú sabes como se ponen los varones y si no se alivian, buscan a otra. Ta’ bien, maíta, nada de nada. Para que no se crean que una es regalada. Ya sé que yo soy una muchacha de mi casa, sí, mami, una miss, una señorita decente dignificando mis apellidos. Mami, yo sólo estoy echando vaina para combatir esta depre, este guayabo.


Ay, mami, ya me saqué la licencia de conducir, que aquí es como la cédula, bueno, es el único documento de identidad, y mi carnet universitario me sirve para la biblioteca, el gimnasio, la proveeduría estudiantil, el centro de comunicaciones, la lavandería automática, los cajeros bancarios y me da derecho a descuentos en el transporte público y espectáculos. Ay, mami, pero extraño tanto el bullicio, la rochela, ese desorden tan rico de por allá que me suena a concierto de son caribe con tambores, tumbadora, cuatro, maracas, guitarra eléctrica y trompetas. El corneteo de los carros, los insultos en el tráfico. No me lo vas a creer, pero me está haciendo falta hasta el hecho de tener que vivir alerta, pilas, pues, vigilando mi celular, mi reloj, mis zarcillos, mis pulseras, mis anillos, mis piercings, la montblanc que se empeñó en regalarme mi papá cuando me gradué, mi cadenita de oro blanco con las medallitas de tu corte celestial, mis zapatos rockport y botas bostonian, mi cartera. Mami, me tengo que ir. ¿Cómo que adónde? ¡A repasar la materia! Sí, con un grupo de estudios y el profesor guía que nos asesora. Sí, mamá, ahoritica en la noche. Acuérdate que el horario allá es diferente. Yo también te quiero. Recuérdale a mi papi mandarme la plata. ¡Mamá, tengo que comprar libros! Sí, más libros y materiales. Mi papá siempre dice que la cultura cuesta. Soy juiciosa, sí, y agradecida. Yo sé que esta vaina de mis estudios aquí les cuesta una bola de billete a ustedes. Y en dólares, sí, divisa extranjera. Y los trámites, sí, son una ladilla. Pero, mamita, yo los voy a compensar que jode cuando me gradúe. No, mami, falta un poquito más que eso. Sí, entre dos años y dos años y medio. Y te vas a tomar una foto con mi toga. Y el birrete. Y el diploma. Toda la familia abrazada. Hasta el nerd de mi hermano. Está bien. Que sí. Me disculpo por decirle así a la joyita de my brother, tan estudioso e inteligente y considerado estudiando allá en la Simón Bolívar, de cabeza en el valle de Sartenejas. Sí, esta bien, le voy a responder sus correos electrónicos, pero dile que no me mande tonterías que me embasura mi mail con sus pendejadas tecnológicas que a mí no me sirven para nada. Que se acuerde que yo estudio arte. La armonía y la belleza. Para maquillar el mundo y borrarle sus arrugas. No, mami, ya te dije que en verano no puedo ir a visitarlos. Porque voy a tomar un curso de fashion. Fashion designer, sí, intensivo, de ocho semanas y no me queda tiempo ni para pasear un poquito. Sí, señora. Sí, señora. Sí, mi teniente-coronela. Nada de política. A mí no me interesa eso. No me sirve para nada.


Ay, mami, mándame la crema de zábila que preparan en la tienda naturista. Aquí la llaman aloe-vera y es cariñosísima. Por Fedex, acuérdate de Tom Hanks en la cuña larguísima, digo en la película. Yo sé que es caro, pero llega. Y Cri-Cri y Miramar y tostoncitos dulces y café y Belmont. Embuste, mami, que yo no fumo. Es para unos panas venezolanos a quienes les aposté que por aquí se conseguía Belmont. Bueno, mi madre, ahora sí mejor nos vamos despidiendo. ¿Y no se va poner mi papá? ¿Está trabajando? ¡Umjú! Sí, mamá, yo sé que mi papá es un hombre muy serio que trabaja desde los 16 años. ¡Yo no estoy sugiriendo nada de que mi papá te esté montando cachos! Y si fuera así, alégrate. Por lo menos te deja quieta con tus cosas, tus amigas, tu bingo. ¿Has ganado? Puras líneas, no, mamá, eso es pura pérdida. No, tú sabes que a mi no me gusta jugar. En todo caso, cuando me acerque a Las Vegas. No sé, mamá. No, no tengo ninguna escapada planeada. Era solo un comentario para hablarte de cosas que te interesan. Bueno, te tomo la palabra. Después de mi graduación, dejamos a mi papá y a su nerd favorito jugando golf y nos vamos tú y yo para Nevada, Atlantic City. Okey. A Las Vegas. Nos alojamos en el emyiém y celebramos en un club de stripers donde los tipos se quedan en pelotas mientras nosotras brindamos con cocteles Shirley Temple. Porque me lo contaron unas compañeras de clase. No, mamá, no son mala influencia. Son apenas unas classmates con las que converso para reforzar mi inglés y que no digan que si las latinas no nos integramos. Anda, atiende tu celular. No te olvides de mandarme platica. Sí, lo de siempre. Y un pelín más si pueden. Bendición, mami. ¡No, llama tú, que pagas en bolivaritos devaluados, ah, y aprovecha hasta que te los acepten!

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