viernes, 22 de julio de 2016

Pavlov, panadero caraqueño

La cola diaria para adquirir "campesinos" regulados en la panadería de la esquina se me antoja como un micro-cosmos delirante: ya los habitués, de tanto rencontrarnos, conformamos -azarosamente- una cofradía involuntaria que, cual red social analógica y wireless, intercambia data preci(o)sa en torno a dónde poder conseguir cualesquiera insumo alimenticio; cómo suplantar ingredientes por sucedáneos otrora inconcebibles; ignotas recetas de cocina-fusión (y confusión) que prescinde de casi todo y echa mano, ay, de lo que hay...
Vamos a ver si logro animar a los contertulios a truequear libros en plan biblioteca pedestre y ambulante. Se me ocurre que, con algo de suerte, establecemos -mientras discurre la cola- lecturas a viva voz de relatos breves, por ejemplo, que distraigan el tedio de la espera en slow motion.

Quién sabe si el entusiasmo narrativo se viraliza, vestido de trending tópico (sic) del trópico, e instituimos fugaces talleres literarios con eyaculación precoz de micro-ficciones orgiásticas. Pan y circo, que se dice, aunque sin mitologías ni flautas que maticen el soundtrack que desmerece nuestra prosaica cotidianidad con puro y duro sonido ambiente: mucho ruido y ningunas nueces. Heces, sí, cual burda escenografía escatológica, de los famélicos canes callejeros que les disputan migajas microscópicas a las palomas caraqueño-pavlovianas disfrazadas de aves de rapiña.

El prodigio puñetero consiste en que, por aquí, sin necesidad de timbre alguno, los vecinos salivamos con el bouquet del pan horneándose.