La cola diaria para adquirir "campesinos" regulados en la panadería
de la esquina se me antoja como un micro-cosmos delirante: ya los
habitués, de tanto rencontrarnos, conformamos -azarosamente- una
cofradía involuntaria que, cual red social analógica y wireless,
intercambia data preci(o)sa en torno a dónde poder conseguir
cualesquiera insumo alimenticio; cómo suplantar ingredientes por
sucedáneos otrora inconcebibles; ignotas recetas de cocina-fusión (y confusión) que prescinde de casi todo y echa mano, ay, de lo que hay...
Vamos a ver si logro animar a los contertulios a truequear libros en
plan biblioteca pedestre y ambulante. Se me ocurre que, con algo de
suerte, establecemos -mientras discurre la cola- lecturas a viva voz de
relatos breves, por ejemplo, que distraigan el tedio de la espera en
slow motion.
Quién sabe si el entusiasmo narrativo se viraliza, vestido de trending tópico (sic) del trópico, e instituimos fugaces talleres literarios con eyaculación precoz de micro-ficciones orgiásticas. Pan y circo, que se dice, aunque sin mitologías ni flautas que maticen el soundtrack que desmerece nuestra prosaica cotidianidad con puro y duro sonido ambiente: mucho ruido y ningunas nueces. Heces, sí, cual burda escenografía escatológica, de los famélicos canes callejeros que les disputan migajas microscópicas a las palomas caraqueño-pavlovianas disfrazadas de aves de rapiña.
El prodigio puñetero consiste en que, por aquí, sin necesidad de timbre alguno, los vecinos salivamos con el bouquet del pan horneándose.
Quién sabe si el entusiasmo narrativo se viraliza, vestido de trending tópico (sic) del trópico, e instituimos fugaces talleres literarios con eyaculación precoz de micro-ficciones orgiásticas. Pan y circo, que se dice, aunque sin mitologías ni flautas que maticen el soundtrack que desmerece nuestra prosaica cotidianidad con puro y duro sonido ambiente: mucho ruido y ningunas nueces. Heces, sí, cual burda escenografía escatológica, de los famélicos canes callejeros que les disputan migajas microscópicas a las palomas caraqueño-pavlovianas disfrazadas de aves de rapiña.
El prodigio puñetero consiste en que, por aquí, sin necesidad de timbre alguno, los vecinos salivamos con el bouquet del pan horneándose.