Me explico: lo único que faltó ayer en el Teatro Municipal fue que vendieran cerveza para amenizar las cotufas que algunos rumiantes merendaban en plena función de las cinco de la tarde. Aparte de ello, la audiencia no pudo reprimir su entusiasta impulso feroz de aplaudir impuntualmente a destiempo o llevar "el ritmo" de Kachaturian o Ginastera con algunas de sus extremidades. Tampoco omitieron una emotiva exclamación de tristeza que evidenciaba el duelo colectivo —público y notorio— por "La muerte del cisne" —cuya foto capturada por mí, sin nece(si)dad alguna de disparar el flash de mi cámara— aquí posteo.
La otra foto es de la sabrosa pieza "Texturas", coreografiada por Héctor Sanzana. El grueso de los espectadores desoyó olímpicamente aquello de apagar sus teléfonos celulares, ofreciendo un variopinto recital de "ringtones" cada uno más cutre y deleznable que el subsiguiente. A falta de los atávicos fuegos artificiales, los "flashes" de las cámaras y, una vez más, teléfonos celulares, "iluminaron" la sala con sus urticantes destellos.
Cultura dominical de sobremesa, en vez de misa, para la masa desprovista de musas a las que encomendarse. Podéis ir (a hacer pis) en paz. Demos gracias al sopor. Ah, men.
E, inmediatamente después, a paso prestísimo, a embutirnos en la estación de Metro de la esquina, tarareando a Héctor Lavoe: "en-tren, que caben cien: 50 parao (sic), 50 de pie".
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