lunes, 3 de marzo de 2008

EL SÍNDROME DEL POLIEDRO

Ayer domingo fui con mi hija a disfrutar del Ballet Teresa Carreño al Teatro Municipal. Y, una vez más, vi aflorar lo que a mí me ha dado por denominar "el síndrome del Poliedro", que consiste en que —sin importar cuál espectáculo se vaya a ver ni dónde— el público asume que está en el Poliedro, ejerciendo un protocolo (¿poliédrico?) que no responde al paisaje culturoso donde en verdad se está escenificando el evento en cuestión.
Me explico: lo único que faltó ayer en el Teatro Municipal fue que vendieran cerveza para amenizar las cotufas que algunos rumiantes merendaban en plena función de las cinco de la tarde. Aparte de ello, la audiencia no pudo reprimir su entusiasta impulso feroz de aplaudir impuntualmente a destiempo o llevar "el ritmo" de Kachaturian o Ginastera con algunas de sus extremidades. Tampoco omitieron una emotiva exclamación de tristeza que evidenciaba el duelo colectivo —público y notorio— por "La muerte del cisne" —cuya foto capturada por mí, sin nece(si)dad alguna de disparar el flash de mi cámara— aquí posteo.
La otra foto es de la sabrosa pieza "Texturas", coreografiada por Héctor Sanzana. El grueso de los espectadores desoyó olímpicamente aquello de apagar sus teléfonos celulares, ofreciendo un variopinto recital de "ringtones" cada uno más cutre y deleznable que el subsiguiente. A falta de los atávicos fuegos artificiales, los "flashes" de las cámaras y, una vez más, teléfonos celulares, "iluminaron" la sala con sus urticantes destellos.
Cultura dominical de sobremesa, en vez de misa, para la masa desprovista de musas a las que encomendarse. Podéis ir (a hacer pis) en paz. Demos gracias al sopor. Ah, men.
E, inmediatamente después, a paso prestísimo, a embutirnos en la estación de Metro de la esquina, tarareando a Héctor Lavoe: "en-tren, que caben cien: 50 parao (sic), 50 de pie".

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